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Para lograr cambios, como docente tengo que creer en mis propios recursos pero también creer en los recursos de los chicos y las chicas

Beatriz Diuk, profesora, investigadora, docente y especialista en alfabetización inicial de chicos y chicas que crecen en contextos de pobreza, en una charla profunda repasa sus inicios en las aulas, sus conquistas, sus experiencias más transformadoras y reflexiona sobre DALE!, su primer programa para enseñar a leer y a escribir y sobre COPLA, el programa para la mejora de la alfabetización en el aula que desde hace 4 años, en alianza con Instituto Natura, se implementa en cada vez más provincias argentinas. “Estamos muy contentas con los avances logrados”, dice con un sentimiento de orgullo que no le impide ser muy consciente de las complejidades y los retos del tiempo en que vivimos con una Argentina por debajo del promedio latinoamericano en lectura en la que la mitad de los chicos de segundo grado no entiende lo que lee. 

Cuando éramos chicas, muchas de nosotras jugábamos a ser maestras por un rato. Con el tiempo, ese juego queda atrás y nos dedicamos a otra cosa. ¿Cuándo y por qué fue que decidiste dedicar tu vida a la educación?  

A los 6 años quería ser maestra. Cuando salí de la secundaria no era tan consciente de que quería enseñar pero sí viví el movimiento popular post dictadura en el que había una necesidad de involucrarse por una sociedad mejor. Comencé a ir a los barrios a trabajar en la línea de alfabetización de adultos. Y ahí, a los 19, descubrí a los chicos. Empezamos a hacer apoyo escolar y en ese momento supe que era lo que quería hacer por el resto de mi vida. Hay algo en ver a un niño o niña en ese momento en que está atrapando su primera palabra, es una cosa increíble. Cuando empiezan a entender se les despierta una pasión y una felicidad que es imposible no compartir.

Recientemente, presentaste el ensayo Enseñar a leer y escribir, una “guía práctica (y equilibrada) para orientarse en el barullo de la alfabetización inicial”. ¿Por qué utilizar la palabra barullo para describir la situación? 

Básicamente porque la discusión en Argentina sobre los enfoques de alfabetización estuvo detenida mucho tiempo. Había un enfoque predominante que era la psicogénesis y muy poco espacio para hablar de otro. Entonces nos perdimos 20 años de conversación. Había un discurso con el que todo el mundo se suponía que estaba de acuerdo, que era este enfoque, y en las escuelas, las prácticas eran muy diferentes. La falta de diálogo y de claridad permitió que te encontraras con docentes enseñando todavía con el “ma me mi mo mu”. Ahora que la conversación se empezó a abrir se está viendo la confusión, la mezcla de enfoques que hay en el sistema y cómo avances internacionales de los últimos 50 años en Argentina están muy poco presentes. Por eso hablo de barullo y busco que el libro sea una guía práctica orientadora. 

¿Vos sentís que la alfabetización se volvió algo colectivo?

Se abrió la conversación. Los equipos de los Ministerios de Educación te preguntan por el enfoque de alfabetización porque hay conciencia de que existen distintas voces. Tenemos una sensación muy fuerte de que tenemos que cambiar lo que venimos haciendo porque no ha funcionado, porque los resultados de la alfabetización en Argentina son muy malos. Además, hay un gran desafío que es hacer el camino entre las teorías y las aulas….ese es nuestro trabajo. Ese puente entre los modelos, las teorías y el aula, ese, precisamente ese, es el trabajo que hacemos.

Contanos de la historia de Dale!: Derecho a Aprender a Leer y Escribir.  

Siempre estuve vinculada a proyectos pedagógicos de alfabetización. Cuando fui educadora comunitaria en barrios veía que a pesar de mi esfuerzo los resultados no eran los que esperaba. Así que me contacté con un equipo investigadoras del CONICET con preguntas básicas: ¿qué hago?, algo estoy haciendo mal porque los chicos no aprenden. Con esas provocaciones en mente ingresé al CONICET primero como becaria, después como investigadora, luego hice mi doctorado y mantuve mi participación con el equipo en experiencias de alfabetización. En ese camino hubo un momento en el que me di cuenta que había muchas situaciones a las que llegábamos tarde. De pronto, nos encontrábamos en el aula con chicos de 10 u 11 años en primer grado. O en grados más avanzados, pero eran chicos que no sabían leer ni escribir. Ahí me planteé que había que hacer algo para ellos y desarrollé DALE -Derecho a Aprender a Leer y Escribir- el primer programa para enseñar a estos chicos en las condiciones que ellos necesitaban y garantizarles el derecho a aprender. 

Y ¿Qué vino después?

Lo que vino después fue inesperado: primero para mal, porque nunca imaginé que había tantos chicos que necesitaban el programa, tantos chicos grandes en la escuela que no sabían leer y escribir.  

Después para bien: el programa funcionaba, empezó a crecer, se volvió anónimo, todo el mundo lo usa. Entonces surgió la necesidad de crear una asociación, empezó a haber demanda para enseñar a implementarlo, armar un equipo y sostenerlo. Y ahí nace la asociación que durante 10 años siguió impulsando el programa DALE! y luego, a través de la asociación con Instituto Natura, volvimos a las propuestas en el aula con un programa que llamamos COPLA (Cooperación para la Alfabetización).  

¿Cómo es trabajar con Instituto Natura? ¿Con tantos años en la educación qué fue lo que más te motivó en esta alianza?

Yo me venía resistiendo a volver a trabajar en las aulas. Porque mi experiencia histórica había sido la misma: “Entrás a una provincia, trabajás bárbaro con un programa de implementación, los resultados mejoran, pero cuando te vas rápidamente todo vuelve a ser como antes”. No quería volver a hacer esto para que se pierda. Solo si alguna vez encontraba un modo de que tenga sustentabilidad lo volvería a hacer. Cuando Instituto Natura me cuenta la experiencia de Brasil y empiezo a intuir que era otra mirada, otra cabeza, que la sustentabilidad era algo que Instituto Natura tenía clarísimo, ahí dije que sí. 

Me costó un tiempo entender la lógica del instituto que ahora me resulta evidente. Porque es muy distinto a lo que acostumbraba. “Trabajás con 20 escuelas, si esas mejoran, estás satisfecha. Pero en la provincia no cambia nada”. Para Instituto Natura el objetivo es otro: acompañar a la provincia en el proceso de cambiar sus resultados, de mejorar efectivamente los aprendizajes, eso es lo que importa. La propuesta era un desafío enorme porque no eran 20 escuelas, era transformar la educación en la provincia. Yo sabía que iba a tener que aprender muchísimo. Me tomó un tiempo entender cuál era esa diferencia y cuáles eran los cambios que había que hacer y, cuando lo entendí, descubrí que era un trabajo sumamente interesante. 

Pero Argentina no es Brasil, ¿Por qué intuiste que igual se podía ir por una transformación a escala?

Conociendo la Argentina sabía que una experiencia idéntica no se iba a lograr. Instituto Natura me dejó avanzar con mis planteos: “en Argentina hay que ir por acá, confíen”.  Cuando demostremos la calidad de lo que hacemos, vamos a poder cambiar la conversación. Hace 4 años, cuando empezamos, Argentina no estaba donde está la conversación brasilera sobre alfabetización. Funcionó bien, ganamos credibilidad, ganamos un espacio y ahora sí siento que es el momento de conocer más cómo hicieron en Brasil para incorporar sus experiencias y aprendizajes. 

¿Qué es lo que más podríamos aprender del caso brasilero?

Algo que estamos aprendiendo de Brasil, que me impactó muchísimo, es la capacidad de planeamiento. Lo tienen claro. Si queremos que de un día para el otro los chicos aprendan a leer y a escribir es inevitable que nos frustremos. En cambio, si nos ponemos metas deseables y posibles, vamos a alcanzarlas. Un buen planeamiento que tenga asidero en la realidad pero que al mismo tiempo sueñe, te protege mucho. Si querés todo ya, te vas a frustrar.

Si tuvieras que armar una caja de herramientas para llevar adelante este proceso de enseñanza, ¿qué pondrías en ella? 

Qué buena analogía. Te diría que en la caja debes contemplar herramientas técnicas: como la comprensión de textos, la producción de textos, la capacidad de enseñar a leer y escribir palabras.

Pero hay otros dos espacios en esa caja que son vitales: uno que tiene que ver con ¿Qué es enseñar? ¿Cómo y cuándo enseñamos? Y hay otra que tiene que ver con nuestra mirada sobre los chicos y las chicas: ¿Creemos que pueden aprender? ¿Realmente tenemos expectativas de que aprendan?  Si vos crees que no puede, él o ella lo va a sentir y no va a aprender. Para que los chicos en los contextos más pobres aprendan más, tenemos que reflexionar sobre nuestra mirada sobre ellos. 

Creer en mis propios recursos pero también creer en los recursos de los chicos, que quizás no son el alumno modelo del imaginario del sistema educativo o que no tienen la posibilidad de ser acompañados en sus casas. 

Esos chicos sí pueden aprender, lo único es que dependen mucho más de lo que se da en la escuela, dependen más de vos como maestra. 

¿Y cómo se traduce esto en la práctica?
Para empezar, hay que dejar de cuestionar a las familias porque muchas veces esas familias apenas pueden darles de comer. No darles tarea si sabés que no la van a poder hacer. Es importante que las maestras que están en esos contextos puedan repensar su enseñanza y las instituciones educativas cambien la mirada: que vean lo que en estos chicos es potencial y no lo que no tienen o no pueden. 

Cuando el sistema acompaña los resultados son muy distintos que cuando el sistema es indiferente. También hay idiosincrasias distintas en las maestras y estilos de docentes en las diferentes provincias. Varía mucho. Hay sistemas más estructurados y más organizados que otros. No todas las provincias son iguales. Hay gente que cree que hay que hacer una cosa y gente que cree que tiene que hacerse otra. La clave está en entender la complejidad del sistema educativo. Y esa es la belleza del planteo de Instituto Natura: asumamos la complejidad de entrada, el que cree que es fácil no va a poder hacer nada, porque es realmente desafiante.  

Luego de estos años de trabajo en las provincias y de conocer más cada territorio, ¿Con qué conclusiones te quedas?

Lo primero es que tenemos un nivel de escucha en el sistema educativo mucho mayor. Lo que me preocupaba al principio era ¿por qué nos van a escuchar si no hemos demostrado nada? Mi objetivo fundamental los dos primeros años fue eso: demostrar la calidad de lo que éramos capaces de hacer. Y yo creo que ahí hay algo que funcionó: hoy tenemos un respeto en distintas provincias, la mayoría de los Ministerios del país saben lo que estamos haciendo. Lo primero que había que hacer era abrir las puertas para después cambiar la conversación. Esto es algo que está sucediendo.

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