Estudiar en la adultez: un desafío posible y necesario


En Argentina, casi la mitad de las personas mayores de 25 años no cuenta con el título secundario, según datos del último Censo Nacional de 2022. Detrás de ese dato hay historias de vidas atravesadas por el trabajo, las responsabilidades de cuidado y las dificultades para sostener una trayectoria educativa continua. Terminar el secundario en esa etapa de la vida implica un esfuerzo adicional, pero también abre puertas que impactan no solo en lo personal, sino en las oportunidades de toda la familia.

Con esa convicción, Fundación Instituto Natura impulsa el programa “Juntos, Terminar la Secundaria”, junto con Creer Para Ver y en alianza con la Fundación Uniendo Caminos. Si bien en Argentina los programas para finalizar los estudios de adultos son gratuitos, lo que distingue a “Juntos, Terminar la Secundaria” es el acompañamiento cercano: tutorías, asesoramiento continuo y un seguimiento personalizado de mentores y tutores que están presentes en cada paso del recorrido. Ese sostén marca la diferencia entre inscribirse y efectivamente egresar. Gracias a esta red, desde el inicio del programa ya son más de 450 las personas que egresaron en Argentina, y en 2025 más de 230 están transitando el mismo camino.

Volver a estudiar de grandes no significa “recuperar un tiempo perdido”, sino construir un presente distinto. La educación en etapas adultas no debe pensarse como una segunda oportunidad tardía, sino como parte del derecho a aprender durante toda la vida. El secundario abre horizontes laborales, fortalece la autoestima y genera un efecto multiplicador en la familia: cuanto mayor es el nivel educativo de las madres y padres, mejores suelen ser los resultados de aprendizaje de sus hijos e hijas.

Los testimonios de quienes atravesaron este camino lo confirman. Romina, consultora desde hace 17 años, lo describe como una deuda consigo misma: “Mis hijos terminaban la secundaria, empezaban la facultad, y yo todavía no tenía mi título. Cuando me lo entregaron pensé: ya pasó tan rápido. Ahora voy a la Facu, quiero ser terapista ocupacional”. Para Claudia, que egresó a los 61 años, la experiencia fue un recordatorio de que el aprendizaje no tiene fecha de vencimiento: “A una determinada edad uno cree que ya no va a tener la misma dinámica de estudio y sin embargo se puede. Terminar el secundario te da un poco más de libertad para elegir”.

Las historias son distintas, pero todas muestran que terminar la secundaria en la adultez es mucho más que alcanzar un certificado. Es descubrir que el aprendizaje no tiene edad y que el acompañamiento cercano hace la diferencia. Como dice Romina, se trata de volver a preguntarse: “¿Qué quería ser cuando era chica? ¿Médica? Bueno, andá por eso”. Porque cuando existe una red que acompaña, los proyectos dejan de ser pendientes y se convierten en futuros posibles.

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